La maceta
La maceta “No tengo canela, ni clavos, ni pimienta. Solo tengo agua. Si tan solo San Pedro y San Pablo vinieran a ayudarme, yo los nombraría segundos padrinos de mis hijos”, habría dicho Dorotea Sánchez aquel 29 de junio de finales del Siglo XIX en el que sus hijos gemelos, cumplían años. La historia caleña recuerda a Dorotea como una mujer trabajadora, alegrona, con piel negra y suave, ojos achinados que conservaban las arrugas en las esquinas que le habían provocado tantos años de risas y desencantos, tenía el cabello color azabache y unas manos grandes y delicadas. Se dice que Dorotea estaba tan angustiada por ver que el día se podía acabar y no le podría dar ni un solo regalo a sus dos hijos, que agarró un dulce en polvo hecho a base de panela y dulce, lo vertió en una paila enorme llena de agua y se sentó en la banca de madera que tenía en su cocina a esperar el milagro que todo el día le había estado rogando a los santos. Esa tarde en la que los hijos de Dorot