El Cholado



El Cholado 



Junio 18 de 2005
La preparación inicial fue denominada ‘Las tres niñas’ y contenía piña, lulo y limón. ‘Mataguayabo’ hizo sus primeras ventas en la galería municipal y en los certámenes deportivos, donde también complacía a sus clientes entonando tangos.

Por Luz Jenny Aguirre Tobón, reportera de El Pais

Como el coronel Aureliano Buendía, Orlando Bonilla nunca olvida el día que su padre lo llevó a conocer el hielo. Era un bloque transparente que emanaba humo, pero quemaba del frío. Era, según la presentación que le hizo Héctor Samuel Bonilla a su hijo, “lo que nos da para vivir”. Y es que el agua congelada se hizo magia en las manos de aquel hombre que esa mañana le contó a su pequeño de cinco años los detalles sobre el sostenimiento de la familia. Hoy, 44 años después de aquella introducción, a Orlando se le revuelven los recuerdos, las lágrimas y el orgullo y deja escapar la frase que lo resume todo: “Sí, mi ‘viejo’ fue el padre del cholado”. La historia de esta tradición que ha hecho dulce la vida de los Bonilla tuvo su episodio más triste la semana pasada, cuando, a los 86 años, falleció Héctor Samuel. Sin embargo, su descendencia heredó sus palabras, anécdotas y trabajo, legados convertidos por ellos en tesoros. Génesis. Para hacer honor a la verdad, los primeros pasos del tradicional cholado jamundeño los dio doña Rosina, la madre de Héctor.
La mujer, quien era la cabeza de su hogar, raspaba hielo, lo comprimía en pequeños moldes, rociaba las porciones con limón y miel y les ponía un palo, de modo que quedaban como helados. “Como de eso vivía la familia, mi papá le ayudaba a la abuela a vender, siendo apenas un niño. Pero fue creciendo y él se hizo cargo de ese trabajo y empezó a hacerle transformaciones, hasta que llegó al cholado”, explica Orlando.
La siguiente versión de aquel mecato, ya en manos de Héctor Samuel, se vendía en vasos de cristal y tenía como ingredientes piña, lulo y limón, combinación que fue denominada ‘Las tres niñas’. “Esto era muy popular. Mi padre se iba con una mesa de madera para la galería o el campo (donde hubiera partidos de fútbol) y ponía en fila los vasos. Con un cuchillo los hacía sonar como tocando una canción y decía ‘!compre para quitar la sed y para el guayabo!’”, relató Orlando. Gracias a este particular mercadeo, el hombre que le dio sabor al hielo fue bautizado por sus amigos como ‘Mataguayabo’, nombre con el que también se distinguía su negocio. Bajo un antiguo algarrobo del centro del municipio, el jamundeño comenzó a cultivar su fama apoyado por una personalidad bendecida por la música y la alegría. Bonilla relató en sus últimos años que casi nunca daba abasto con los vasos y que también deleitaba a sus clientes con charlas y canciones de Gardel. Posteriormente vino la era del color y el modernismo, pues el patriarca de la familia decidió bañar el hielo con jarabe rojo y cambiar el cristal por conos de cartón. “A la gente le gustaba mucho, tanto que, a veces, cuando ya había guardado la mesa, tocaban a la puerta de la casa pidiendo que mi papá les hiciera uno. Recuerdo que nos tocaba madrugar para traer de Cali cuatro cuartos de hielo”, dijo Orlando, quien evoca dichas madrugadas esperando el tren.
‘Mataguayabo’ comenzó a adicionar ingredientes a su preparación a partir del gusto de sus propios hijos, quienes le picaban los bananos de la lonchera a los raspados y les echaban encima chorritos de leche condensada. Detrás vinieron la mermelada, la papaya, la piña, la guanábana, la manzana, las uvas y todas las frutas que pudieran conseguirse.
“Como era lógico, también surgió la competencia, pues otros vieron en este oficio la oportunidad de sustento. Entonces dejamos de ser ambulantes y nos estacionamos en algún lugar, hasta que llegamos al parque principal de Jamundí, que luego se llenó de choladeros”, manifestó Jorge, otro de los siete hijos de Héctor Samuel.
El tiempo pasa. Pasados los años, todos los integrantes de la familia Bonilla se metieron en el negocio del cholado. ‘El auténtico oasis’, ‘El amigo y el abuelo’, ‘El carnaval’, ‘El volcán’ y ‘Mataguayabo’ constituyeron aquella ‘saga’ de sabor y tradición. Sin embargo, los años fueron inclementes con la cabeza de este hogar y empresa. Tras la muerte de su esposa, cuatro años atrás, el rey de este mecato empezó a probar el gusto amargo de la vejez. Su salud se deterioró progresivamente y la memoria comenzó a recoger sus pasos.
“El ‘viejo’ se enfermó del alma con la muerte de mi mamá y nunca volvió a ser el mismo. No se percató de que nos trasladaron de la plaza a este nuevo parque del cholado y recordaba pocas cosas”, señaló Jorge. No obstante, daba paseos por los carros de frutas de sus hijos, se dejaba saludar por quienes lo recordaban y demostraba que no había perdido la habilidad de picar la piña sin retirar la cáscara. El olvido también se apoderó de su pasión por el América, el amor por el billar y el sueño de ser un cantante famoso que arrancara aplausos y lágrimas. “Perderlo fue duro, pero nos quedó de él la manera de ganarnos la vida y un gran orgullo”, afirmó Orlando. Aunque la nube que se posó en su memoria le tapó el camino que lo conectaba con sus recuerdos, Héctor Samuel no perderá su lugar en la historia popular de Jamundí, al que todos conocen como el Municipio de los cholados.

EL DATO CLAVE

Una modalidad del cholado, que fue popular hace más de 20 años en el municipio de Jamundí, se preparaba con hielo y leche cuajada. Esta combinación era compañada con una galleta negra o ‘cuca’.


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